Abracadabra:
de magia y tecnología



mmmad festival - 24 abril a 24 mayo 2025 - Madrid

Cualquier tecnología suficientemente avanzada
es indistinguible de la magia

– Arthur C. Clarke





Convoco, en el ordenador, poderes desconocidos. Cada vez que mi cuerpo utiliza los dispositivos que me acercan a y me separan irreversiblemente de la máquina, acontece una comunicación extraña, casi improbable: la canción de la máquina traducida para que yo pueda cantarla también. El software, e incluso algunas partes del hardware, como el ratón, la pantalla o el teclado, nos permiten comunicarnos con una entidad computacional que no solo no comprendemos, sino que jamás podremos llegar a comprender en su totalidad. En la magia avanzada, uno puede lanzar o recibir un hechizo y saber las palabras (software), incluso repetirlas, y también conoce los instrumentos a través de los cuáles opera el hechizo: la varita, el caldero, las runas (hardware). Pero lo que pasa cuando esos elementos se combinan, antes de que surja el encantamiento, eso es algo que queda muy lejos de nosotros, en una dimensión sin lenguaje.

Conocemos el término “caja negra” de la aviación: esa caja a la que también se la llama “grabadora de vuelo” y que atestigua lo que pasa en cada viaje que realiza la aeronave en la que descansa, oculta. Sin embargo, una segunda acepción de caja negra viene de la ciencia de sistemas, la ingeniería y la computación y empieza a aparecer en la primera mitad del S.XX, llegando a definirse de forma más precisa en los años 60 por el trabajo teórico de varios académicos. Uno de ellos fue el físico y filósofo de la ciencia Mario Bunge, que en 1963 publica en la revista Philosophy of Science su artículo A General Black Box Theory, en el que define la idea de la caja negra como “una ficción que representa un conjunto de sistemas concretos en los que inciden estímulos S y de los que emergen reacciones R. La constitución y estructura de la caja son totalmente irrelevantes para el enfoque en consideración, que es puramente externo o fenomenológico.” Es decir: si puedo deducir cómo obtener el qué que deseo, no importa el proceso que sucede de espaldas a mi capacidad de entenderlo. A pesar de ser una metáfora abstracta, tiene que ver, en primer lugar, con la confianza: sé que cuando le pido a la inteligencia artificial de texto a imagen que produzca una imagen de a blue pomeranian dog wearing a suit and having a coffee at the door of a Balenciaga store while waiting for his owner to come back es capaz de producirla, pero no sé cómo ha sucedido. Y aunque entienda los procedimientos generales, el número de variables que se combinan y las razones por la que lo hacen escapan a mi capacidad de calcular, de memorizar y de combinar lógicamente un número de variantes que imita al infinito.


La teoría de la caja negra nos anima a que, mientras obtengamos lo que pedimos, no hagamos más preguntas sobre cómo sucede. Esto es, por un lado, lógico, ya que es imposible, desde la cognición humana, albergar en una misma imagen mental todos los procesos que deben ocurrir a la vez para que este resultado emerja como un invocación cuando escribo un determinado hechizo, las palabras mágicas que ahora llamamos prompt. Cuando consigo una imagen, un vídeo o una respuesta de la máquina es porque he sido capaz de ordenar las palabras adecuadas en el orden correcto. El prompt con el que comunicamos nuestros deseos y necesidades a la inteligencia artificial es un equivalente a la solución de la adivinanza que te pide una esfinge, o las palabras mágicas que resucitan a las plantas, a los animales y a los muertos. Cómo la esfinge abre la puerta o cómo vuelve la vida a lo inerte jamás lo sabremos. Basta con acertar con las palabras. Relacionarse con la tecnología es aceptar la oscuridad, un proceso necesario ante cualquier máquina, pero también ante cualquier cuerpo vivo. Solo hay que esperar que los ojos se acostumbren y adentrarse con seguridad en la noche.

Sin embargo, hay algo en esta resignación a no comprender que nos debería resultar peligroso. Porque la caja negra hoy tiene el tamaño de una maleta, pero quizás en poco tiempo adquiera el inmenso tamaño de la Kaaba y se convierta en un misterioso cubo colosal y opaco alrededor del que damos vueltas intentando comprender su misterio. La caja negra tiene un no sé qué a peligro, a historia de terror, a maldición y a tumba. Pero, ¿y si pensáramos en la caja negra como un trocito de noche dentro de las máquinas? ¿Y si nos rindiésemos a que existe, no solo en la computación sino en casi todos los fenómenos, un momento en el que pestañeamos y perdemos una brizna de información que, de todos modos, no seríamos capaces de entender? Porque siempre hay algo incomprensible y fascinante en la reacción química, en los procesos naturales, en las propiedades de los objetos y la manera en la que reaccionan cuando se relacionan. Hay algo atávico y mágico en una explosión, en un robot caminando, en la fermentación de la masa del pan o en un parto. Todas son cosas del mismo orden: albergan en sí un momento en el que la conciencia alcanza su horizonte y no puede ver más allá. Incluso en la ciencia, a la que dotamos de una objetividad y una capacidad de saberlo todo del mundo, hay ciertas nanas para dormir a la lógica y a la razón. En palabras del físico Jorge Wagensberg en una entrevista con la revista catalana (Pausa.) en 1991: todo tipo de conocimiento es una ficción más o menos aproximada de la realidad. Nada en este mundo puede ser totalmente mirado y comprendido, desde todos sus ángulos, a la vez. Lo objetivo, la verdad, como ocurre en la película Rashomon, de Akira Kurosawa, es un fenómeno cubista, imposible de alcanzar. Y esto no es negativo. Lo negativo es que la actitud general ante la tecnología suele encerrarnos en un sistema binario de pensamiento: o es totalmente imposible entender la tecnología o es totalmente posible. O ella nos controla y hay que temerla, o yo la contorno totalmente y soy un ser superior. En ambos casos, como en todo lo que nos incita a tomar una decisión binaria, nos equivocamos. Ambas posturas son inciertas.

El algoritmo imita al azar, a la serendipia, por su potente capacidad de combinar entre sí todas las posibilidades del mundo. La tecnología no hace nada que los seres humanos no puedan hacer, pero lo hace a velocidades y en dimensiones que escapan a la capacidad o al conocimiento humano. La sensación que tenemos en Internet de que suceden cosas “mágicas” tiene que ver con una entidad que poco deja a la suerte: el algoritmo. La sensación de potente destino cuando el scroll nos enseña algo que sentíamos que debíamos saber, algo que cuadra cuando nuestros intereses del momento, no tiene que ver con una voluntad sobrenatural que quiere mostrarte las cosas del mundo cuando más las necesitas, sino con miles de combinaciones de contenido según el rastro que dejas en Internet. A mayor uso de Internet, mayor capacidad de precisión tendrá el algoritmo para poner frente a ti justo lo que necesitabas, o lo que, a partir de ese momento, vas a necesitar. Esta cualidad casi de predicción de los deseos o necesidades de los usuarios sí que confiere al algoritmo cierto poder sobrenatural, pero esto tiene que ver con el análisis sistemático a cada instante de la interacción con la máquina y su red, que para las capacidades de un ser humano común sería imposible. Queda hacernos la siguiente pregunta, ¿de estar atentos a todo a nuestro alrededor, y las interacciones de cada elemento con otro, seríamos nosotras también capaces de adivinar el futuro, de anticiparnos? ¿No es la intuición esa suerte de algoritmo orgánico que vive en nosotras acallado por la velocidad del presente?

La magia es solo magia para quien la mira desde fuera. Como un truco de cartas: hay una técnica compleja y maravillosa que nos resulta imperceptible y sobre la que se alza la luz inmensa de lo mágico. Pero la magia tiene maestros. La magia tiene libros. Se memoriza y se repite hasta que se perfecciona y el hechizo ocurre. Como escribe Marcel Mauss en A General Theory of Magic (1972) “la magia está vinculada a la ciencia del mismo modo que a la tecnología. No es sólo un arte práctico, sino también un almacén de ideas. Concede gran importancia al conocimiento, una de sus principales fuentes” (p.143). Esta definición ofrece un antídoto ante la impotencia frente a la complejidad tecnológica, porque la magia es todo aquello que acumule aprendizaje y se puede transmitir y aprender. En los libros de encantamientos vienen las palabras hechas fórmulas, prompts y algoritmos que al salir de nuestra boca modifican el mundo, a veces para mejor, otras, para peor. Si no aprendemos estos hechizos tecnológicos, si no nos interesamos, al menos, por la forma en la que moldean nuestra existencia, estos hechizos digitales no sólo modificarán el mundo: nos modificarán a nosotros. Es por ello que, como el aprendiz de magia en los cuentos, lo que el mundo necesita de nosotros es las ganas de aprender, de saber más. La oscuridad de un proceso solo se vence a través de la curiosidad, que puede abrir las puertas y las ventanas de nuestro mundo y hacerlo más grande, llenarlo de aire y de luz. Cualquiera que se siente en una clase, frente a un libro, incluso frente a un tutorial de Youtube, con la suficiente diligencia, podrá un día ver como las extrañas palabras se ordenan bajo sus deseos y la máquina obedece. Cualquiera que se siente frente al libro de hechizos y estudie podrá, con el tiempo, enunciar un embrujo que ilumine su camino y el de los demás: en un mundo en el que más que nunca hace falta la luz, eso es algo revolucionario.

– Mayte Gómez Molina. mmmad Festival 2025


MMMAD es una asociación cultural sin ánimo de lucro cuyo objeto es la exhibición, divulgación y pensamiento entorno a la creación digital. Enfocado en la intersección entre cultura digital y espacio público, la asociación organiza el festival MMMAD desde 2020, con una programación compuesta por exposiciones, instalaciones, convocatorias, talleres y encuentros por toda la ciudad cada año.

MMMAD nace con el objetivo de acercar el arte digital al público general, a través del desarrollo de acciones en el espacio público, al aire libre; innovar en los formatos y espacios para el arte digital, creando experiencias híbridas entre los mundos físicos y digital que escapan de los formatos convencionales; transformar el espacio público en un espacio para el arte digital, convirtiendo los soportes urbanos de uso publicitario en espacios culturales, y apoyar el talento emergente, programando a artistas y creadores jóvenes junto a artistas consagrados, nacionales e internacionales.



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